Cada vez más nos encontramos con adolescentes que pasan la mayor parte de su tiempo de ocio en internet con video juegos en línea o vídeos de otros jóvenes que influyen en sus vidas con valores a veces dudosos de qué conduce al éxito. Las redes sociales ofrecen una ventana al mundo que muchas veces es demasiado grande y las familias nos encontramos con pocas herramientas para seleccionar adecuadamente contenidos, controlar qué tipo de información comparten y con quién, limitar el uso de determinadas herramientas o simplemente compartir información. De ahí que las adicciones a apuestas por ejemplo hayan aumentado, que estar pendiente de las visitas virtuales a una cuenta de redes sociales se convierta en una necesidad que genera inquietud y que las habilidades de relación interpersonal, saludar con amabilidad, desear un buen día, entablar una conversación con una persona que nos interesa conocer, etc., sean cada vez más una «rara avis».
No se trata de volver a un pasado analógico por imposición, ni de inventar ahora la máquina del tiempo. Las tecnologías han llegado para quedarse y ofrecen una oportunidad irrenunciable de trabajo, ocio, creatividad e incluso de relación acercando a quienes tenemos lejos.
Se trata eso sí de ejercer la función irrenunciable como familia de protección de la infancia a través de la educación. Las familias tienen esa responsabilidad y también ese privilegio y la comunicación es la herramienta principal.
Hoy vivimos en la inmediatez y aprender a esperar es asignatura pendiente de gran parte de la población. La frustración aparece como una enemiga a batir en lugar de una ocasión para aprender que no podemos tenerlo todo y sin embargo no tenemos que sufrir por ello. Aprender por ejemplo a esperar a gestionar el tiempo a desarrollar una estrategia son valores que se aprenden en muchos deportes como el baloncesto, los deportes de orientación y juegos de mesa como el ajedrez por ejemplo…
Os dejo aquí un artículo a propósito del tema